jueves, abril 28, 2005

The Jesus & Mary Chain



Cuando hablamos de auténtico rock, del de verdad, de ese que cada vez es más raro, hay que saber que la actitud es tan importante como la propia música. Corren muchos grupos por ahí que de talento van cortitos y sin embargo han visto como su actitud les ha llevado más lejos de lo que sus méritos anunciaban. Cuando un grupo aúna calidad con actitud se producen historias memorables. Y precisamente si algo sabían The Jesus & Mary Chain era cómo transmutar actitud y talento en discos deslumbrantes.

El grupo lo formaron los hermanos Reid -William y Jim- junto con un par de amiguetes (Douglas Hart y Murray Dalglish, a quien pronto sustituyó Bobby Gillespie –quien, a su vez, abandonaría el grupo para capitanear Primal Scream–). Sus primeros conciertos (apenas 20 minutos de un atronador muro sónico en los que era imposible discernir una sola nota e interpretados con toda la banda de espaldas al público) acababan irremediablemente en broncas inmensas. Ya es un tópico hablar de la música del grupo como la suma de un conocimiento enciclopédico del rock (y su cultura) y el afán por imitar a sus ídolos (Phil Spector, los Beach Boys, la Velvet Underground, los Stooges, Can y Bo Diddley, por citar sólo las influencias más evidentes). Sus primeras canciones chirriaban cargadas de feedback, propulsadas por un ritmo monótono. Al mismo tiempo, presentaban otra cara más dulce, más pop. El sonido de J&MC reflejaba lo que sería escuchar Death Angel’s Love Song al mismo tiempo que Sunday Morning. Lo que la Velvet hacía en dos canciones (improvisaciones basadas en la retroalimentación y el volumen por un lado y simples canciones de gran delicadeza por otro) ellos lo hacían en una. Las letras reflejaban la cultura rock, spleen, el sexo y la muerte. Cuanto más intenso era su contenido, más friamente suenan las voces de William y Jim. Si se hubiesen desgañitado cantando cosas como “I wanna die just like Jesus Christ/ I wanna die just like JFK” habrían durado muchísimo menos. La tensión habría sido insoportable.

Su primer LP, Psychocandy (1985), es un habitual de las listas de los mejores discos de la historia del rock y sintetiza como ninguno las tensiones que conformaban su música. Su siguiente disco, Darklands (1987), compuesto por canciones más delicadas, demostraba que lo suyo no era sólo la saturación acústica y que eran capaces de crear canciones casi perfectas como April Skies o Happy When It Rains (como si no hubiera quedado claro con Just Like Honey o Some Candy Talking en el disco anterior). Para este disco contaron con John Moore como batería. En 1988 presentaron Barbed Wire & Kisses, en el que recogían demos, caras b y descartes de los lps anteriores, además de sus primeras canciones, que sólo se habían publicado en formato single. También apareció Automatic, su reencuentro con el despiadado sonido característico de sus inicios. En este disco empezaron a suplir la carencia de un batería fijo (Moore no participó en la grabación) con ritmos pregrabados, quizás la única pega que haya que hacerle al sonido J&MC producido desde esta fecha.

Después vino un silencio de cuatro años, hasta que en 1992 apareció Honey’s Dead (del que la BBC censuró el single Reverence por los versos ya mencionados sobre Cristo y Kennedy). En 1994, publicaron un disco casi totalmente acústico Stoned & Dethroned, que incluye esa pequeña maravilla que es Sometimes Always, cantada por William haciendo dueto con Hope Sandoval, del no menos maldito Mazzy Star. A este disco le siguió otra colección de cortes dispersos titulada The Jesus & Mary Chain Hate Rock’n’Roll, marcada por la sórdida I Hate Rock’n’Roll, un retorno al decibelio de alto octanaje y a la demostración de la típica actitud de la banda (desprecio total por las convenciones del mundillo musical, las discográficas, los medios de difusión y los resultados de ventas). En 1998 se pasaron al sello Sub Pop y publicaron Munki. William abandonó el grupo poco después y Jim declaró oficialmente el final de la banda al año siguiente.

Es difícil destacar un puñado de canciones de la producción de J&MC. Cualquiera de las citadas antes justifica por sí sola la adquisición de sus discos. Tampoco merecen ser olvidadas Never Understand, You Trip Me Up, Head On, Come On...
Para acabar de completar la imagen de los escoceses, es mejor dejarles hablar a ellos. La letra de I Hate Rock’n’Roll dice así:

I love rock’n’roll
And all these people with no where to go
I love rock’n’roll
All these people with nothing to show

I love the BBC
I love it when they’re pissin’ on me
And I love MTV
I love it when they’re shittin’ on me

I hate rock’n’roll
And all these people with nothing to show
I hate rock’n’roll
I hate it because it fucks with my soul

Rock’n’roll hates me
I hate you rock’n’roll
I hate (rock’n’roll hates me)
I hate (rock’n’roll hates me)
I hate (rock’n’roll hates me)
I hate (rock’n’roll hates me)


Jim ha soltado a la prensa cosas como éstas:

Creo que el concepto del rollo surf tenía mucho potencial... Quiero decir, piensa en las geniales canciones de los Beach Boys y sin embargo fíjate en cómo vestían y en cómo producían sus discos. Creo que la música surf debería haber sido hecha por pandillas de Ángeles del Infierno.

Se escriben enciclopedias enteras acerca de los 80 en las que ni siquiera se nos menciona. Nosotros FUIMOS los putos 80.

Las guitarras le hacen a uno más guapo. Eso es lo único que nos importa. Le sientan bien a uno y suenan bien. No hace falta que te pares a aprender a tocar la puta cosa. Eso sería como echar a perder tres o cuatro años de tu vida. Deberías hacer bolos desde el primer día que consiguieras una guitarra.

Y William ha dicho:

Aparte de los nuestros, el disco perfecto es I Wanna Be Your Dog de los Stooges, pero ese horrible solo de guitarra lo jode completamente.

¿Sacrificarme yo por el rock’n’roll? ¡Y una mierda!

Creo que el éxito no es necesariamente algo bueno. Fíjate en U2. ¿Qué pueden hacer para superar lo de Zoo TV? Y lo que le ocurrió a Kurt Cobain. Ese tío debería haber sido conductor de autobuses. Habría llegado a los 87.

Sobran comentarios.

¡Salud!


Enlaces recomendables:

April Skies fansite

Página oficial de la banda actual de Jim Reid,
Freeheat:

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martes, abril 05, 2005

La evasión (Le trou, 1960), de Jacques Becker


Claude Gaspard, joven tímido y educado, preso en la prisión parisina de La Santé, es trasladado a otra celda ocupada por cuatro presos que ya llevan mucho tiempo juntos. La presencia del recién llegado crea suspicacias en los otros, quienes tienen planeado empezar a trabajar en su fuga y no saben si pueden fiarse del nuevo. Gaspard les cuenta su historia (ha sido acusado de intento de homicidio con premeditación por su mujer. Tras una fuerte discusión, ella había cogido una escopeta y él había tratado de arrebatársela, disparándola por accidente e hiriendo levemente a su mujer en el hombro. Además, Gaspard dependía económicamente de su mujer y la engañaba con su hermana casi adolescente) y es aceptado, entrando a formar parte del plan de evasión. En la celda reina la camaradería y todos los presos se aprecian sinceramente. Durante el tiempo que pasa en la celda, Gaspard aprende a valorar la amistad y la hombría natural de sus compañeros.

Lo más impresionante de La evasión (Le trou, 1960), la obra póstuma de Jacques Becker, es su compromiso con la realidad. El film comienza con uno de los personajes dirigiéndose a la cámara para contarle que lo que se va a mostrar a continuación es una historia real, la suya propia.

La cámara adopta en repetidas ocasiones un punto de vista subjetivo, pero no para lograr que el espectador se identifique con los personajes y sienta simpatía por ellos, sino para que sienta el entorno que rodea a los personajes, las paredes de la celda, los barrotes, la falta de buena comida, las idas y venidas de los guardias, el retrete sin tapa ni asiento en una esquina de la celda, etcétera. Los cuerpos fuertes de los presos contrastan con el débil físico de Gaspard, que asiste atónito a la paliza (a bofetadas) que sus compañeros propinan a otros dos presos que les habían robado. Se trata de uno de los realismos con mayor sensación física que es posible encontrar en el cine.

El tratamiento temporal de la acción y los planos-detalles cobran una importancia capital para aumentar esa sensación de realismo. Becker nos muestra cómo se cava el primer túnel sin elipsis, sin cortes en el plano secuencia, en tiempo real y con la acción subrayada con un martilleo infernal que no permite que nos olvidemos de la dureza del cemento en el que tienen que cavar los presos (que, además, sujetan la barra con la que golpean el cemento con un trozo de paño para no hacerse daño, como haría cualquiera en su situación). Tampoco hay prácticamente ningún corte mientras Manu y Roland sierran el barrote en el sótano. El tiempo se convierte en una obsesión: privados de reloj en los sótanos de la prisión, Manu y Roland pierden la noción de la hora y se arriesgan a no volver a la celda antes de la ronda matinal, por lo que deciden fabricarse un reloj de arena casero. El tiempo que Gaspard pasa en su entrevista con el director de la prisión antes de la escena final pesa como una losa a su regreso a la celda. Manu no permite que se nos olvide que ha pasado allí dos horas.

Los planos detalle son igualmente importantes: los dedos que le faltan a Roland, la manos de Géo que se aferran a las de Roland en un apretón como amistoso cuando éste llega a él tras apartar los escombros del derrumbe que Géo había provocado al cavar; los escondrijos de los utensilios usados como herramientas en la fuga, el improvisado reloj de arena... todos suman a la sensación física omnipresente en el film.

Argumentalmente, lo importante es el conflicto moral que se plantea entre la lealtad con los compañeros y el beneficio personal. Gaspard se integra en un grupo de hombres que lo aceptan sin reservas y le muestran afecto. Nunca había sentido nada semejante. Géo renuncia a la fuga porque teme que cuando la policía vaya a buscarlo a su casa su madre no pueda superar el disgusto, pero mantiene su decisión en secreto y trabaja en el túnel como los demás. Cuando todo está preparado para la fuga, Gaspard es convocado por el director de la prisión, quien le comunica que su mujer –que sigue enamorada de él– ha retirado los cargos y que en cuanto el juez revise el caso, saldrá en libertad.

El final de la película nos muestra a un Gaspard completamente solo, aislado tanto de sus compañeros como de los guardas, ha hecho su elección y el resultado se resume en las palabras que le dirige Roland: “pobre Gaspard”.


¡Salud!


(La evasión, de Jacques Becker se encuentra disponible en deuvedé, editada por Manga Films).

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sábado, abril 02, 2005

Pontevedra: elogio de mi pueblo





Pontevedra es una de las grandes desconocidas de España. Rara vez es mencionada en los diarios o la televisión y no hay muchos libros que se detengan en ella. Las guías turísticas la suelen despachar de manera rápida, reseñando únicamente las iglesias y, como mucho, un restaurante y un par de hoteles. Una famosa guí­a dirigida a turistas jóvenes incluso llegaba a recomendar no internarse de noche en su zona vieja ya que abundaban los robos (????). Pontevedra se convierte así­ en una ciudad que el turista visita de paso, en un par de horas, sin profundizar en ella ni enterarse de lo que en realidad vale la pena ver. Los hay que preguntan por la calle dónde está la catedral (a mi me ha sucedido en un par de ocasiones) y muchos ignoran que es ella y no Vigo la capital de la provincia.





Así­ pues, pertenece Pontevedra a ese grupo de ciudades pequeñas, ignoradas y hasta despreciadas que pocos españoles podrí­an situar correctamente en un mapa, como Ciudad Real, Soria, Cuenca, Teruel, Guadalajara o Palencia; ciudades que precisamente por ese carácter desconocido se hacen más atractivas a cierto tipo de visitante más preocupado por acumular experiencias que por comprarse postales de lugares que ya son iconos culturales, prácticamente desprovistos de significado y convertidos en un valor económico más.

Lo que ninguna guí­a dice de Pontevedra es que sí­, que se puede recorrer entera en cuatro o cinco horitas una tarde (y eso incluye una parada para tomarse un chocolate con el que reponer fuerzas y una visita rápida al Museo Provincial), pero que vale la pena dedicarle al menos dos días, dejarse llevar por el ritmo moroso y provinciano de sus calles, probar a comer en sitios que no aparecen en ninguna guí­a y entrar y salir de sus comercios, pastelerí­as y cafeterí­as. No busquen gente que corra agobiada de casa al trabajo y del trabajo a casa; no busquen autobuses urbanos lanzados a toda velocidad por entre el tráfico, aquí­ la vida transcurre a pie y con otro ritmo porque todos saben que no se puede llegar tarde a ninguna parte cuando se puede cruzar la ciudad entera en un paseo de veinte minutos. La progresiva peatonalización del centro urbano contribuye a la impresión de que ésta es una ciudad de paseantes, aunque el tráfico y el aparcamiento sigan siendo un problema en ciertos momentos del día (a un madrileño o a un vigués les resultará extraño llamar a esos momentos horas punta). Es significativo que cada vez más gente que trabaja en Vigo escoja Pontevedra como lugar de residencia.

Cuando era adolescente, el carácter burgués y provinciano de la ciudad y la falta de oportunidades laborales la convertí­an en un sitio del que los jóvenes deseábamos escapar. Aquí­ todo el mundo conoce a todo el mundo y a veces parece que no se puede dar un paso sin saludar al menos a tres personas que conocen todos los detalles de nuestra biografí­a y nuestro árbol genealógico (¡ah! Tú eres el hijo de tal y tal ¿no?. Mi padre era muy amigo de tu abuelo...). Además, y eso pese a la actual alcaldía en poder de BNG y PSOE, se trata de una ciudad profundamente conservadora, inconsciente del mal trato y del estado casi ruinoso en que llegaron a ponerla sesenta años de alcaldes incapaces de defender la ciudad de la pujanza y avidez de vecinos más poderosos e influyentes. Sin embargo, viviendo en grandes ciudades como Londres o Madrid, uno siente el mordisco despiadado de la morriña y nota cómo le pesa la imposibilidad de ver a los amigos (algo inconcebible en Pontevedra donde lo difí­cil es salir cinco minutos a la calle y no ver a alguien), y cómo pierde la vida yendo de un sitio a otro en trenes, autobuses, metro, coches, siempre con prisas, siempre sin tiempo, siempre amenazado, siempre agobiado; consciente de que no es más que un esclavo sin mente ni alma, un diente en un engranaje que ni siquiera sabe de su existencia, rodeado de extraños huraños y hostiles. Entonces comprende que echa de menos precisamente lo que le resultaba odioso en su pequeña y tranquila ciudad, y que la otra cara de la vida de los sitios como Pontevedra es la familiaridad, la seguridad y la confianza que uno siente allí­ y la cercaní­a de los seres queridos. Es una ciudad a tamaño humano con un estilo de vida que parece anclado en épocas más amables y al que sus habitantes estamos muy apegados.

¡Salud!

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