miércoles, junio 27, 2007

Les amants réguliers


Ahora que Sarko carga las tintas contra el 68 francés (nota: no olvidar JAMÁS que existieron otros 68: Ciudad de México, Berkeley, Praga, incluso Madrid; aunque no siempre coincidieran en fechas con la gran fiesta-incendio situacionista de París), convirtiéndolo en el reponsable de todos los males que asolan actualmente a la República Francesa revisar esta maravillosa película de Philippe Garrel por fin editada en DVD por Intermedio se convierte en un sano ejercicio intelectual y emocional.

Se ha señalado que Les amants réguliers es un contrapunto de The Dreamers, siendo en realidad muy superior a ésta última. Y algo de verdad hay, ya que tratan la misma época fijando la atención en personajes con similares motivos existenciales. Pero Garrel va más allá que Bertolucci y se adentra en la dolorosa senda del fracaso de los sueños y anhelos de una utopía que a punto estuvo de hacerse real; mientras que el italiano se limitó a permitir que sus personajes se perdieran en medio de las revueltas callejeras por simple inercia adolescente y amor al cine. Y por eso es infinitamente más valiosa Les amants réguliers, porque habla desde la época (Garrel había filmado cámara en mano los disturbios parisinos del 68 consiguiendo lo que Godard anunció como el único film sincero sobre esos acontecimientos) y porque todos los sueños y anhelos de los que hablábamos antes se concentran, mezclados con la amargura y la desorientación de su desaparición, en las tres horas de película. En este sentido, es crucial la escena en la que tres generaciones de la familia Garrel se reúnen en una cocina para hablar de todo ello: el abuelo, actuando para el padre que se encuentra tras la cámara, y el hijo, protagonista de la película (y de The Dreamers). Se establece así una continuidad en la historia de esa revolución que no fue por culpa de la reacción gaullista y la traición de los sindicatos. Y el hijo, Louis Garrel, recibe de su propia familia una lección de lo que era el compromiso político, ético y espiritual hace ya tantos años.

La película funciona también como colofón de la Nouvelle Vague, como continuadora de un estilo distinto de hacer cine opuesto radicalmente a la banalidad, la estupidez o el paternalismo absurdo que sufrimos los espectadores cada vez que tragamos un nuevo subproducto hollywoodiense. No hay nada artificial en Les amants réguliers, porque iría contra la sinceridad absoluta que busca la película. No hay falsa espectacularidad ni siquiera en las escenas de lucha callejera. Y tampoco existen explosiones sentimentales dirigidas a públicos embrutecidos. Todo transcurre como la vida misma, en un blanco y negro implacable y delicado, y uno cree estar viendo una película de Bresson o de los primeros Godard, Rohmer o Truffaut; o mejor aún, una película de Jean Eustache, amigo y mentor de Philippe Garrel a quien éste pretendía homenajear.

Esta película se convertirá en una obsesión, en una obra a la que habrá que volver una y otra vez durante años y que se podrá enseñar con orgullo para demostrar lo que es realmente el cine.

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