sábado, abril 02, 2005

Pontevedra: elogio de mi pueblo





Pontevedra es una de las grandes desconocidas de España. Rara vez es mencionada en los diarios o la televisión y no hay muchos libros que se detengan en ella. Las guías turísticas la suelen despachar de manera rápida, reseñando únicamente las iglesias y, como mucho, un restaurante y un par de hoteles. Una famosa guí­a dirigida a turistas jóvenes incluso llegaba a recomendar no internarse de noche en su zona vieja ya que abundaban los robos (????). Pontevedra se convierte así­ en una ciudad que el turista visita de paso, en un par de horas, sin profundizar en ella ni enterarse de lo que en realidad vale la pena ver. Los hay que preguntan por la calle dónde está la catedral (a mi me ha sucedido en un par de ocasiones) y muchos ignoran que es ella y no Vigo la capital de la provincia.





Así­ pues, pertenece Pontevedra a ese grupo de ciudades pequeñas, ignoradas y hasta despreciadas que pocos españoles podrí­an situar correctamente en un mapa, como Ciudad Real, Soria, Cuenca, Teruel, Guadalajara o Palencia; ciudades que precisamente por ese carácter desconocido se hacen más atractivas a cierto tipo de visitante más preocupado por acumular experiencias que por comprarse postales de lugares que ya son iconos culturales, prácticamente desprovistos de significado y convertidos en un valor económico más.

Lo que ninguna guí­a dice de Pontevedra es que sí­, que se puede recorrer entera en cuatro o cinco horitas una tarde (y eso incluye una parada para tomarse un chocolate con el que reponer fuerzas y una visita rápida al Museo Provincial), pero que vale la pena dedicarle al menos dos días, dejarse llevar por el ritmo moroso y provinciano de sus calles, probar a comer en sitios que no aparecen en ninguna guí­a y entrar y salir de sus comercios, pastelerí­as y cafeterí­as. No busquen gente que corra agobiada de casa al trabajo y del trabajo a casa; no busquen autobuses urbanos lanzados a toda velocidad por entre el tráfico, aquí­ la vida transcurre a pie y con otro ritmo porque todos saben que no se puede llegar tarde a ninguna parte cuando se puede cruzar la ciudad entera en un paseo de veinte minutos. La progresiva peatonalización del centro urbano contribuye a la impresión de que ésta es una ciudad de paseantes, aunque el tráfico y el aparcamiento sigan siendo un problema en ciertos momentos del día (a un madrileño o a un vigués les resultará extraño llamar a esos momentos horas punta). Es significativo que cada vez más gente que trabaja en Vigo escoja Pontevedra como lugar de residencia.

Cuando era adolescente, el carácter burgués y provinciano de la ciudad y la falta de oportunidades laborales la convertí­an en un sitio del que los jóvenes deseábamos escapar. Aquí­ todo el mundo conoce a todo el mundo y a veces parece que no se puede dar un paso sin saludar al menos a tres personas que conocen todos los detalles de nuestra biografí­a y nuestro árbol genealógico (¡ah! Tú eres el hijo de tal y tal ¿no?. Mi padre era muy amigo de tu abuelo...). Además, y eso pese a la actual alcaldía en poder de BNG y PSOE, se trata de una ciudad profundamente conservadora, inconsciente del mal trato y del estado casi ruinoso en que llegaron a ponerla sesenta años de alcaldes incapaces de defender la ciudad de la pujanza y avidez de vecinos más poderosos e influyentes. Sin embargo, viviendo en grandes ciudades como Londres o Madrid, uno siente el mordisco despiadado de la morriña y nota cómo le pesa la imposibilidad de ver a los amigos (algo inconcebible en Pontevedra donde lo difí­cil es salir cinco minutos a la calle y no ver a alguien), y cómo pierde la vida yendo de un sitio a otro en trenes, autobuses, metro, coches, siempre con prisas, siempre sin tiempo, siempre amenazado, siempre agobiado; consciente de que no es más que un esclavo sin mente ni alma, un diente en un engranaje que ni siquiera sabe de su existencia, rodeado de extraños huraños y hostiles. Entonces comprende que echa de menos precisamente lo que le resultaba odioso en su pequeña y tranquila ciudad, y que la otra cara de la vida de los sitios como Pontevedra es la familiaridad, la seguridad y la confianza que uno siente allí­ y la cercaní­a de los seres queridos. Es una ciudad a tamaño humano con un estilo de vida que parece anclado en épocas más amables y al que sus habitantes estamos muy apegados.

¡Salud!

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