martes, marzo 22, 2005

Internet y las máscaras


‘O make me a mask and a wall to shut from your spies’

El uso de pseudónimos y anónimos, cuando se usan para preservar la intimidad de los autores de lo publicado en internet, tiene el efecto secundario de favorecer la creación de personalidades nuevas, controladas por algunos rasgos reprimidos de la personalidad real de los autores. Gracias a la adopción de la máscara, cuando uno escribe se vuelve más audaz, más lírico, más mordaz, más obsceno o más introvertido que en su comportamiento cotidiano. Pero la máscara, como muchos personajes literarios, acaba por independizarse y exigir libertad de acción más allá del estrecho camino que su creador quiso imponerle.

Veamos el artículo de Juan Eduardo Cirlot sobre las máscaras incluído en su Diccionario de símbolos (editorial
Siruela). Escribe Cirlot:

"Todas las transformaciones tienen algo de profundamente misterioso y de vergonzoso a la vez, puesto que lo equívoco y ambiguo se produce en que algo se modifica lo bastante para ser ya ‘otra cosa’, pero aún sigue siendo lo que era. Por ello, las metamorfosis tienen que ocultarse; de ahí la máscara. La ocultación tiende a la transfiguración, a facilitar el traspaso de lo que se es a lo que se quiere ser; éste es su carácter mágico, tan presente en la máscara teatral griega como en la máscara religiosa africana u oceánica. La máscara equivale a la crisálida. Unas máscaras muy especiales son las que se usan en las ceremonias de iniciación de algunos pueblos de Oceanía, según Frazer. Los jóvenes mantienen los ojos cerrados y el rostro cubierto con una máscara de pasta o greda. Aparentan no entender las órdenes dadas por un anciano. Gradualmente se recuperan. Al día siguiente se lavan y se limpian la costra de greda blanca que les tapaba los rostros e incluso los cuerpos. Con ello finaliza su iniciación. Aparte de este significado, el más esencial, la máscara constituye una imagen. Y tiene otro sentido simbólico que deriva directamente del de lo figurado de tal suerte. Llega la máscara en su reducción a un rostro, a expresar lo solar y energético del proceso vital. Según Zimmer, Shiva creó un monstruo leontocéfalo de cuerpo delgado, expresión de su insaciable apetito. Cuando su criatura le pide una víctima que devorar, el dios le dice que coma de su mismo cuerpo, cosa que el monstruo realiza reduciéndose a su aspecto de máscara. Hay un símbolo chino, llamado T’ao T’ieh, la ‘máscara del ogro’, que pudiera tener un origen parecido".

Me ha sorprendido al releer las entradas anteriores de La cueva de Montesinos un tono subterráneo que no reconozco y que está en cierto modo alejado de la intención que dio origen a esta bitácora. El tono, el humor, de esas entradas, con la excepción quizás del comentario sobre
Dama de Porto Pim, no se corresponde perfectamente con esa intención original y creo que ello se debe a mi asunción de la máscara, a la aparición de una personalidad que difiere de la mía; de un personaje, que al amparo de un nombre escogido conscientemente y paso a paso va construyéndose a sí mismo hasta lograr convertirse en el encargado de decidir qué porcentaje de lo que se publica en esta bitácora responderá al plan original que él no se propuso. De portavoz ha pasado a propietario; de prestar su cara y su nombre, ha pasado a usar su propia voz.

Esta entrada de hoy es un intento de recuperar el control o, mejor dicho, de alcanzar una transacción con lo que
Klingsor ha llegado a ser para que a partir de ahora exista un equilibrio entre sus deseos y los de quien creó este cuaderno de notas. La cita de Dylan Thomas que encabeza la entrada de hoy no es la única idea relacionada con las máscaras y su poder liberador que teníamos ambos en mente.

Es casi imposible pensar en máscaras y pasar por alto a
Ensor, para quien eran reflejo de todos los recovecos del alma. En su Autorretrato con máscaras, de 1899, las máscaras, alegres, desquiciadas, macabras, malévolas, hieráticas o, sencillamente indiferentes, rodean al pintor contándonos todo lo que éste y su loco sombrero no nos cuentan. Y es que es eso para lo que sirven: para permitir que aflore lo que la consciencia normalmente no permite salir a la luz. Las máscaras que preservan la intimidad y otorgan libertad son preferibles al anonimato que oculta a los cobardes. La máscara interpone un escudo, un interfaz, pero no oculta la presencia de quien habla através de ella ni evita el contacto con los interlocutores, en tanto que el anonimato exime de responsabilidad por los propios actos. Internet ha defraudado en gran medida las expectativas que creó hace unos años. Se ha convertido en el medio de intercambio de conocimientos más libre que ha conocido el ser humano después del libro. Ha ido incluso un poco más lejos que el libro, dadas las dificultades que plantea a los intentos de censura y persecución. Sin embargo, también se ha convertido en un mercado franco de patrañas, falsificaciones, montajes, bulos y falsías malintencionadas, cuando no en una autopista para que nuestro afán autodestructivo llegue a todas partes de forma indiscriminada (¿tienen los virus informáticos otra razón de ser sino el puro terrorismo?). Internet -o su credibilidad, que debería ser su principal virtud- ha fracasado precisamente por la facilidad con la que otorga el anonimato a los irresponsables. La libertad necesita de la responsabilidad para existir, pues los actos irresponsables justifican los argumentos represores y las figuras autoritarias.


¡Salud!

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