jueves, marzo 10, 2005

"De culto"

Parece que ahora nadie puede llegar a ser nadie en el mundo de la cultura sin haber sido, o seguir siendo, un autor “de culto”. Cuando uno se pasea por la Fnac, se encuentra con que todas las recomendaciones que la multinacional del ocio (cuyo compromiso con la cultura no es más que un sonsonete vacío) hace a sus clientes mediante sus publicaciones y cartelitos se basan en el carácter “de culto” del artista o de la obra en cuestión. La sociedad del espectáculo no admite discusión a los adjetivos que utiliza para exprimir al máximo los beneficios de las banalidades que nos fuerza a consumir. El consumo de los productos que los expertos de la Fnac consideran dignos de pertenecer a la “discoteca/videoteca ideal” nos conferirá el carácter de participantes en un secreto que prestigia nuestra cultura y nos convertirá, a buen seguro, en la envidia de nuestras vecinas.Todos ellos son, claro está, productos “de culto” realizados por autores “de culto”. Pero ¿qué quiere decir, en realidad, que algo es “de culto”? La definición de la expresión parece un poco vaga, ya que, por un lado indica que la calidad de la cosa es indiscutible, al tiempo que, por otro lado, se apunta a una falta de divulgación, de público, de éxito masivo; de ahí esa sensación como de “estar en el ajo”, de conocer algo que no todos, aunque deberían, conocen. De hecho, los miembros de esos cultos suelen renegar amargamente de sus objetos de adoración en cuanto éstos empiezan a ser reconocidos por grandes masas de público, como si el reconocimiento universal les privase repentinamente de la calidad que antes atesoraban. Así se han precipitado muchos ícaros que osaron acercarse en demasía al sol de la comercialidad: los R.E.M. posteriores a “Green” son unos vendidos que se dejaron el talento en algún pasillo de la multinacional que produce sus discos. Pero dejémoslo en ese ejemplo. La lista de “vendidos”, sobre todo en el campo del rock, sería demasiado prolija para reproducirla aquí.

Debe notarse, sin embargo, que existen algunos ejemplos de artistas que parecen resistirse a perder el status “de culto” a pesar de que ya no son desconocidos para la mayoría del público. Uno de ellos es
Aki Kaurismäki, cineasta finlandés dotado de un talento más que considerable y de una personalidad distinta que se impone en todas sus películas. Kaurismäki se ganó los laureles del culto con una película cuyos valores objetivos no alcanzan para otorgarle la categoría de obra maestra: la hilarante “Leningrad Cowboys Go America” (Svenska Filminstitut / Villealfa Film Production, 1989). Tras ella, vinieron la estupenda "La chica de la fábrica de cerillas" ("Tulitikutehtaan tyttö"; Svenska Film Institut/Villealfa Film Production; 1989) y la desasosegante “Yo contraté un asesino a sueldo” ("I Hired a Contract Killer" Channel Four/Svenska Film Institut/Villealfa Film Production; 1990). En 1996 Kaurismäki realizó “Nubes pasajeras” ("Kauas pilvet karkaavat";Metro/Sputnik Oy) que transmite un mensaje optimista y desprende esa ternura que el finlandés siente por la gente sencilla, agobiada por problemas materiales que amenazan con destruir sus vidas y que sólo ambiciona –por pura modestia, no por incapacidad– sufrir lo menos posible. El estilo del finlandés se define precisamente gracias a esa visión optimista, cariñosa y aparentemente neutra, pero cargada de un sutilísimo sentido de la ironía y el humor con la que retrata a los componentes de ese grupo social.

Las cuatro son buenas películas, entretenidas y bien hechas, y conforman lo más destacable de la filmografía kaurismakiana, con la excepción de
Un hombre sin pasado ("Mies vailla menneisyyttä"; Pandora/Sputnik Oy; 2002). Es aquí donde mejor se conjugan todos esos elementos distintivos para conseguir una obra deliciosa, plena de humor, lirismo y sensibilidad, y absolutamente disfrutable hasta el último minuto de su metraje.

Con todo, “Un hombre sin pasado” recibió numerosos premios internacionales (Cannes entre ellos) y fruto de ello el reconocimiento a Kaurismäki ha crecido hasta un punto que no imaginaban sus más antiguos seguidores. Su público se ha ampliado; su obra tendrá a partir de ahora más posibilidades de disfrutar de mayor distribución y de una promoción más eficiente y, en consecuencia, muchos de esos admiradores antiguos, entusiastas de sus obras menores y peores, se sentirán defraudados de no ser ya los únicos que participaban del conocimiento de su filmografía y renegarán de él, lo acusarán de haberse vuelto comercial y, como consecuencia, le retirarán la consideración “de culto”. Consideración que parece un tanto exagerado si tenemos en cuenta que se le concedió por tres películas originales y frescas, pero no de una calidad fuera de lo común.

En conclusión, lo más recomendable parece mantener una distancia crítica y hasta irónica con las etiquetas que el comercio aplica con tanta facilidad a los productos culturales. De lo contrario, correremos el riesgo de aceptar la calidad de obras y autores sólo por su obscuridad, por lo remoto y exótico de su procedencia; para acabar descubriendo al cabo del tiempo que no había para tanto y que debemos revisar nuestras consideraciones por habernos apresurado a aceptar juicios interesados que sólo tratan de imponer nuevas modas.

Con esta reflexión no pretendemos negar la existencia de esa cualidad “de culto” que acompaña a muchos autores (entendemos, por ejemplo, que a esta categoría podrían pertenecer cineastas como Cassavetes, Schraeder o Tarkovski; músicos como Nick Cave, Roland Kirk o la mismísima Velvet Underground; y hasta escritores como Clarice Lispector o Anthony Burgess), sino pedir un poco de prudencia a la hora de adjudicar etiquetas en ámbitos tan delicados como el de la cultura.

¡Salud!

Etiquetas: ,