Imprescindibles (1)
Cuando uno se da de alta en muchas páginas web –esta de bloggers, sin ir más lejos– se le pide que responda a unas cuantas preguntas a fin de completar un perfil personal que quedará a disposición del resto de los visitantes de la página. Así cualquier internauta puede buscar una bitácora cuyo propietario comparta su gusto por el shushi, los chihuahuas y la lucha libre mejicana (¡viva Superbarrio!) y así entablar una relación a la que tantas coincidencias auguran un futuro fructífero y duradero. El caso es que a mi me resulta imposible contestar a preguntas como ¿cuál es tu disco/película/libro favorito? Tales listas no sólo serían interminables, sino que variarían de un día para otro, de una hora a la siguiente, dependiendo de mi estado de ánimo, de lo que me pueda estar pasando a cada momento, de lo que me cuente un amigo, de lo que me duela... Es lo que le pasa a Rob, el protagonista de “Alta fidelidad” (“High Fidelity” libro de Nick Hornby, disponible en Ultramar Editores; película de Stephen Frears con John Cusack, también disponible en dvd en el catálogo de Disney/Buenavista).
Un día, una periodista le encarga a Rob que elabore una lista con sus canciones favoritas y Rob, que se ha pasado toda su vida esperando que alguien le hiciese esa proposición, responde sin vacilar, pero al poco tiempo telefonea a la chica para decirle que ha cambiado de opinión, y poco más tarde vuelve hacerlo para darle una tercera lista. Rob es un profesional de las listas. Elaborar una tras otra (“las cinco mejores canciones sobre la muerte”, “los cinco mejores discos para un lunes por la mañana”) es el pasatiempo al que dedican la mayor parte de su jornada laboral él y sus empleados en Championship Vynil. En la película, Rob nos cuenta que hace tiempo que él y sus colegas decidieron que no importaba quién eras, sino las películas que habías visto, los discos que habías escuchado y los libros que habías leído. La suya no es una biografía compuesta por fechas, acontecimientos personales, familiares y laborales, sino por los productos culturales que han consumido. Me he encontrado con esa idea, preocupante y maravillosa a un tiempo, varias veces: en Borges o en Gubern, por ejemplo.
Si aceptamos entonces que nuestra vida se alimenta de esas fuentes, ¿cómo es posible cumplir con la tarea de escoger sólo una parte de lo que nos hace ser lo que somos? Mis listas tendrían que incluir miles de entradas y no podrían estar ordenadas más que alfabéticamente. Serían listas de imprescindibles, de cosas sin las que la vida -mi vida- sería infinitamente más aburrida.
Resulta además curioso comprobar cuántas obras “canónicas” entrarían en esas listas. Hace unos cuantos años tuve una revelación: me di cuenta de que llevaba años y años leyendo sin ningún orden ni concierto y que pasaba por alto muchas de las que se supone que son las grandes obras de la literatura universal. Esas obras de las que, además, todo el mundo habla pero nadie parece haber leído. Decidí entonces que me dedicaría a leer toda la literatura canónica que pudiera: literatura griega y romana, mitología india, obras medievales y del Renacimiento, Tolstoi, Dostoievski, Zweig, Faulkner, Melville, Flaubert, Rimbaud, Hesse, Chéjov, Pessoa, Goethe, Marlowe, Rilke, Schnitzler, Lautrémont, Mann, Torga, Wilde, Chaucer... ¿Para qué perder el tiempo con best-sellers sin haber leído antes las obras que han dado forma a la sociedad occidental tal y como la conocemos? Reconozco que puedo haberme vuelto un poco fundamentalista en el proceso, porque mi compromiso no sólo me alejaba de los banales best-sellers, sino también del noventa y cinco por ciento de la buena literatura contemporánea y, en consecuencia, de mis amistades, que leían por igual “Lituma en los Andes”, “El perfume” o “La insoportable levedad del ser”. Yo tuve que recuperar esas obras más tarde, ponerme al día con la lectura de obras estimables aunque sea pronto para otorgarles la categoría de clásicas.
A pesar de todo, creo que de todas las obras canónicas que he leído, muy pocas serían imprescindibles para mi. No quiero decir esas vacas sagradas no me impresionaran, que no me dejaran huella alguna, sino que hay otras obras, de menor lustre, que sí que me obsesionan, que me hacen volver a ellas una y otra vez y en las que siempre puedo reconocerme. Podría aceptar verme privado del “Fausto” de Goethe o de “Guerra y paz” o “Madame Bovary” (y hasta de “Hamlet”, si se me apura) pero me resulta imprescindible releer de vez en cuando “La conjura de los necios” (“A Confederacy of Dunces”), “El Napoleón de Notting Hill” (“The Napoleon of Notting Hill”) o la ya citada “Alta fidelidad”.
En cuanto a la música, mi respuesta a la pregunta de qué música me gusta sería muy sencilla: rock, rock y rock. Y dentro de ella entraría, aparte del rock propiamente dicho, toda la música negra norteamericana (del blues al funk, pasando por el rhythm and blues y el soul) y lo que vulgarmente se conoce como “pop” (etiqueta ridícula a la que cualquier día de éstos dedicaremos unas líneas), así como el punk y la música jamaicana y brasileña y –perdónperdónperdón– el jazz. No creo que pudiera entrar en muchos más detalles, aunque alguna vez traté de hacerlo.
Una vez, mientras me llevaba en su coche de vuelta del trabajo, un compañero me pidió que le dijera qué cinco (¡cinco!) discos me llevaría a una isla desierta. Y no me permitía discografías completas. Yo fui el primer sorprendido cuando le respondí, casi sin vacilar: el primer disco de la Velvet Underground, un recopilatorio completito de los Ramones, el primer disco de los Clash, el “Psychocandy” de The Jesus & Mary Chain y, para relajarme de vez en cuando, el “Astral Weeks” de Van Morrison.
Antes de descubrir el punk (gracias al primer disco de los Clash) a la tierna edad de trece años, me tragaba cualquier basura que pusieran los 40 principales; después de ese disco ya nada volvió a ser lo mismo. Con el paso de los años, me fui refinando, ampliando los estilos que me gustaban y, modestamente, creo que he llegado a adquirir un gusto bastante aceptable aunque mi resistencia a las novedades hace que acepte ciertas cosas con un cierto retraso. Lo que me sorprendió de la respuesta que di a mi compañero fue que me aficioné a todos esos discos (excepto a Van Morrison, que descubrí algunos años más tarde) a la edad de quince o dieciséis. Es decir, que los discos que me resultan imprescindibles son los que descubrí antes, por mucho que me gusten cosas más sofisticadas con las que me he cruzado después (R.E.M., Sly & The Family Stone, Television, Ocean Colour Scene, o Kraftwerk).
Los últimos cedés que me he grabado contienen las siguientes canciones:
1.- highway to hell (acdc)
2.- should stay or should i go (clash)
3.- what's the frequency kenneth? (REM)
4.- unfair (pavement)
5.- stoned out of my mind (jam)
6.- candy everybody wants (10,000 maniacs)
7.- policemen & pirates (OCS)
8.- swallow my pride (ramones)
9.- mars bars (undertones)
10.- here comes your man (pixies)
11.- sugar kane (sonic youth)
12.- stop (dirtbombs)
13.- sometimes always (Jesus & Mary Chain)
14.- pride (in the name of love) (U2)
15.- shake some action (grease version) (flamin' groovies)
16.- septiembre (enemigos)
17.- bondage up yours (x-ray spex)
18.- i fought the law (clash)
19.- my brain is hanging upside down (bonzo goes to bitburg) (ramones)
20.- howling at the moon (ramones)
21.- blitzkrieg bop (ramones)
Curiosamente, titulé esta recopilación como “Things I like most”. Y que no se me enfaden los de la SGAE, que soy dueño de copias legales de todos los discos de donde proceden esas canciones. Me gustó tanto el resultado final, y me quedé tan satisfecho de mi mismo, que me animé a hacer un “Volume Two”, que consta de los siguientes temas:
1.- born to run (springsteen)
2.- heroes (bowie)
3.- train in vain (clash)
4.- la cuenta atrás (enemigos)
5.- there she goes again (VU)
6.- the passenger (iggy pop)
7.- tumbling dice (stones)
8.- tangled up in blue (dylan)
9.- the weight (band)
10.- yesterday’s numbers (flamin' groovies)
11.- rollin' over (small faces)
12.- she said she said (beatles)
13.- in my mind (fleshtones)
14.- river deep, mountain high (ike & tina turner)
15.- livin' for the city (dirtbombs)
16.- i don't wanna grow up (tom waits)
17.- you shook me all night long (acdc)
18.- friday on my mind (easybeats)
19.- rosalyn (pretty things)
20.- pills (bo diddley)
21.- california sun (ramones)
22.- vivir sin ti (salvajes)
Toda una selección ¿eh?
Aún tendríamos que hablar de cine, pero lo dejaremos para otra ocasión, que estos apuntes son cada vez más largos.
¡Salud!
Un día, una periodista le encarga a Rob que elabore una lista con sus canciones favoritas y Rob, que se ha pasado toda su vida esperando que alguien le hiciese esa proposición, responde sin vacilar, pero al poco tiempo telefonea a la chica para decirle que ha cambiado de opinión, y poco más tarde vuelve hacerlo para darle una tercera lista. Rob es un profesional de las listas. Elaborar una tras otra (“las cinco mejores canciones sobre la muerte”, “los cinco mejores discos para un lunes por la mañana”) es el pasatiempo al que dedican la mayor parte de su jornada laboral él y sus empleados en Championship Vynil. En la película, Rob nos cuenta que hace tiempo que él y sus colegas decidieron que no importaba quién eras, sino las películas que habías visto, los discos que habías escuchado y los libros que habías leído. La suya no es una biografía compuesta por fechas, acontecimientos personales, familiares y laborales, sino por los productos culturales que han consumido. Me he encontrado con esa idea, preocupante y maravillosa a un tiempo, varias veces: en Borges o en Gubern, por ejemplo.
Si aceptamos entonces que nuestra vida se alimenta de esas fuentes, ¿cómo es posible cumplir con la tarea de escoger sólo una parte de lo que nos hace ser lo que somos? Mis listas tendrían que incluir miles de entradas y no podrían estar ordenadas más que alfabéticamente. Serían listas de imprescindibles, de cosas sin las que la vida -mi vida- sería infinitamente más aburrida.
Resulta además curioso comprobar cuántas obras “canónicas” entrarían en esas listas. Hace unos cuantos años tuve una revelación: me di cuenta de que llevaba años y años leyendo sin ningún orden ni concierto y que pasaba por alto muchas de las que se supone que son las grandes obras de la literatura universal. Esas obras de las que, además, todo el mundo habla pero nadie parece haber leído. Decidí entonces que me dedicaría a leer toda la literatura canónica que pudiera: literatura griega y romana, mitología india, obras medievales y del Renacimiento, Tolstoi, Dostoievski, Zweig, Faulkner, Melville, Flaubert, Rimbaud, Hesse, Chéjov, Pessoa, Goethe, Marlowe, Rilke, Schnitzler, Lautrémont, Mann, Torga, Wilde, Chaucer... ¿Para qué perder el tiempo con best-sellers sin haber leído antes las obras que han dado forma a la sociedad occidental tal y como la conocemos? Reconozco que puedo haberme vuelto un poco fundamentalista en el proceso, porque mi compromiso no sólo me alejaba de los banales best-sellers, sino también del noventa y cinco por ciento de la buena literatura contemporánea y, en consecuencia, de mis amistades, que leían por igual “Lituma en los Andes”, “El perfume” o “La insoportable levedad del ser”. Yo tuve que recuperar esas obras más tarde, ponerme al día con la lectura de obras estimables aunque sea pronto para otorgarles la categoría de clásicas.
A pesar de todo, creo que de todas las obras canónicas que he leído, muy pocas serían imprescindibles para mi. No quiero decir esas vacas sagradas no me impresionaran, que no me dejaran huella alguna, sino que hay otras obras, de menor lustre, que sí que me obsesionan, que me hacen volver a ellas una y otra vez y en las que siempre puedo reconocerme. Podría aceptar verme privado del “Fausto” de Goethe o de “Guerra y paz” o “Madame Bovary” (y hasta de “Hamlet”, si se me apura) pero me resulta imprescindible releer de vez en cuando “La conjura de los necios” (“A Confederacy of Dunces”), “El Napoleón de Notting Hill” (“The Napoleon of Notting Hill”) o la ya citada “Alta fidelidad”.
En cuanto a la música, mi respuesta a la pregunta de qué música me gusta sería muy sencilla: rock, rock y rock. Y dentro de ella entraría, aparte del rock propiamente dicho, toda la música negra norteamericana (del blues al funk, pasando por el rhythm and blues y el soul) y lo que vulgarmente se conoce como “pop” (etiqueta ridícula a la que cualquier día de éstos dedicaremos unas líneas), así como el punk y la música jamaicana y brasileña y –perdónperdónperdón– el jazz. No creo que pudiera entrar en muchos más detalles, aunque alguna vez traté de hacerlo.
Una vez, mientras me llevaba en su coche de vuelta del trabajo, un compañero me pidió que le dijera qué cinco (¡cinco!) discos me llevaría a una isla desierta. Y no me permitía discografías completas. Yo fui el primer sorprendido cuando le respondí, casi sin vacilar: el primer disco de la Velvet Underground, un recopilatorio completito de los Ramones, el primer disco de los Clash, el “Psychocandy” de The Jesus & Mary Chain y, para relajarme de vez en cuando, el “Astral Weeks” de Van Morrison.
Antes de descubrir el punk (gracias al primer disco de los Clash) a la tierna edad de trece años, me tragaba cualquier basura que pusieran los 40 principales; después de ese disco ya nada volvió a ser lo mismo. Con el paso de los años, me fui refinando, ampliando los estilos que me gustaban y, modestamente, creo que he llegado a adquirir un gusto bastante aceptable aunque mi resistencia a las novedades hace que acepte ciertas cosas con un cierto retraso. Lo que me sorprendió de la respuesta que di a mi compañero fue que me aficioné a todos esos discos (excepto a Van Morrison, que descubrí algunos años más tarde) a la edad de quince o dieciséis. Es decir, que los discos que me resultan imprescindibles son los que descubrí antes, por mucho que me gusten cosas más sofisticadas con las que me he cruzado después (R.E.M., Sly & The Family Stone, Television, Ocean Colour Scene, o Kraftwerk).
Los últimos cedés que me he grabado contienen las siguientes canciones:
1.- highway to hell (acdc)
2.- should stay or should i go (clash)
3.- what's the frequency kenneth? (REM)
4.- unfair (pavement)
5.- stoned out of my mind (jam)
6.- candy everybody wants (10,000 maniacs)
7.- policemen & pirates (OCS)
8.- swallow my pride (ramones)
9.- mars bars (undertones)
10.- here comes your man (pixies)
11.- sugar kane (sonic youth)
12.- stop (dirtbombs)
13.- sometimes always (Jesus & Mary Chain)
14.- pride (in the name of love) (U2)
15.- shake some action (grease version) (flamin' groovies)
16.- septiembre (enemigos)
17.- bondage up yours (x-ray spex)
18.- i fought the law (clash)
19.- my brain is hanging upside down (bonzo goes to bitburg) (ramones)
20.- howling at the moon (ramones)
21.- blitzkrieg bop (ramones)
Curiosamente, titulé esta recopilación como “Things I like most”. Y que no se me enfaden los de la SGAE, que soy dueño de copias legales de todos los discos de donde proceden esas canciones. Me gustó tanto el resultado final, y me quedé tan satisfecho de mi mismo, que me animé a hacer un “Volume Two”, que consta de los siguientes temas:
1.- born to run (springsteen)
2.- heroes (bowie)
3.- train in vain (clash)
4.- la cuenta atrás (enemigos)
5.- there she goes again (VU)
6.- the passenger (iggy pop)
7.- tumbling dice (stones)
8.- tangled up in blue (dylan)
9.- the weight (band)
10.- yesterday’s numbers (flamin' groovies)
11.- rollin' over (small faces)
12.- she said she said (beatles)
13.- in my mind (fleshtones)
14.- river deep, mountain high (ike & tina turner)
15.- livin' for the city (dirtbombs)
16.- i don't wanna grow up (tom waits)
17.- you shook me all night long (acdc)
18.- friday on my mind (easybeats)
19.- rosalyn (pretty things)
20.- pills (bo diddley)
21.- california sun (ramones)
22.- vivir sin ti (salvajes)
Toda una selección ¿eh?
Aún tendríamos que hablar de cine, pero lo dejaremos para otra ocasión, que estos apuntes son cada vez más largos.
¡Salud!
Etiquetas: curiosidades, libros libres
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