viernes, noviembre 04, 2005

Trainspotting, de Danny Boyle (1996)

No veas esta película si eres de estómago delicado. Trainspotting (1996) no hace concesiones con nadie: ni con los cruzados anti-droga; ni con los que quieren probarlas todas; ni con el gobierno británico que ha ignorado y abandonado a Escocia; ni con los propios escoceses: sumisos e incapaces de sacudirse su abulia.

De la misma manera que la novela convirtió a Irvine Welsh (atentos a su pequeño cameo en la cinta) en una estrella de la noche a la mañana, Trainspotting la película puso en el mapa a todo el personal que intervino en ella. Ewan McGregor es quien mejor ha aprovechado el impulso de la película supuso para su carrera y el director, Danny Boyle, probó fortuna en Hollywood con La Playa (The Beach, 2000) y Una historia diferente (A Life Less Ordinary, 1997).

Varios son los temas que interesan a la trama de Trainspotting. En primer lugar, por supuesto, está la droga, su uso, abuso, consecuencias, influencias, los motivos que empujan a los jóvenes a consumirla y los que los impulsan a dejarla. En este sentido, Trainspotting es una película única. El cine siempre ha sido muy prudente a la hora de tratar el consumo de drogas. Películas como El hombre del brazo de oro (The Man With The Golden Arm, de Otto Preminger, 1955) o Drugstore Cowboy (de Gus Van Sant,1989) mostraban, con distintos planteamientos, las miserias de los adictos. Pero donde antes se establecían divisiones maniqueas que condenaban a los consumidores a un infierno de penurias sin remisión, Trainspotting ahonda en los motivos que empujan a un joven cualquiera a convertirse en un adicto: la familia, el barrio, la falta de oportunidades, de referencias y aspiraciones... la desorientación vital más absoluta que convierte cualquier salida, cualquier cosa –o sustancia– que alivie el vacío en algo atractivo. Las decisiones que toman Renton y sus colegas: dejar las drogas y volver a ellas parecen escandalosas porque no caen en la manipulación demagógica ni en la condena “porque sí”. Tras conseguir desengancharse, Renton vuelve a la heroína porque no tiene nada a lo que agarrarse, porque carece de motivación para vivir. No es un yonqui patético incapaz de superar su adicción, ni un vicioso carente de moralidad: es un chaval incapaz de comprender el mundo que le rodea. Aparte de las drogas, también son centrales los temas de la amistad y la lealtad.

La cámara de Boyle registra la historia del grupo con una visión a medio camino entre el video-clip y un realismo sucio y duro que sustenta la lógica de los personajes. Cualquier detalle, por mínimo que parezca, influye de manera decisiva en la película. Así, por ejemplo, la música, los distintos estilos musicales usados como banda sonora, marcan tanto la progresión cronológica de los acontecimientos como la evolución personal de los personajes. El mundo de Renton y sus amigos cambia y se aleja de ellos. Los locales, los modos de diversión, la música y hasta las drogas evolucionan provocando aún más extrañamiento. Dianne se lo dice claramente: os quedáis anticuados. Lo grave es que se quedan anticuados antes de haber disfrutado de su momento.

Otro elemento que contribuye a la sensación de realismo que tampoco se debe obviar es el lenguaje de los personajes, que ya era un elemento capital de la novela. Los actores explotan al máximo el acento escocés y las expresiones típicas de Glasgow. Esto está tan logrado que los distribuidores americanos decidieron doblar el film para su estreno en los EEUU porque temían que el público yanqui no sería capaz de entender lo que decían los personajes.

Hay pocas películas como Trainspotting, que no juzguen a sus personajes, que no extraigan las conclusiones que debe extraer el público, que no asuma posturas morales absolutas. ¡Qué falta nos hacen más películas así!




¡Salud!

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