martes, noviembre 22, 2005

Saraband, de Ingmar Bergman


Dado el estado actual de la cinematografía internacional, tener la posibilidad de asistir a la proyección de una película nueva de Ingmar Bergman es más que un regalo; es un privilegio.

La crítica ha hablado de "testamento" y resumen de su legado al referirse a esta película, casi como si no quisieran que el cineasta sueco volviese a incumplir su palabra de no volver a dirigir.

Saraband, en realidad, fue rodada para la televisión. Su estreno, por expreso deseo de Bergman, se ha ido espaciando, de tal manera que los españoles hemos tenido que esperar dos años para ver esta película en las pantallas de nuestro país.

La película demuestra que Bergman sigue siendo Bergman, por fortuna para nosotros, y sus motivos habituales aparecen una vez más mostrados con tal intensidad que la obra se convierte en una experiencia emocional por momentos casi insoportable. El efecto catártico de la historia es de una fuerza arrolladora y Bergman subraya esa intensidad de la mejor manera posible: contando su historia con una sencillez, una sinceridad y un dominio tan sereno de su técnica que el resto del cine que podemos contemplar tras asistir a un pase de Saraband queda reducido a la banalidad. Ésta es la demostración de madurez a la que todo artista debe aspirar.

¡Salud!

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2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Estimado Parzival:
Dichoso usted, que pudo entrar al cine y degustar la película porque no tenía ataque de tos o congestión feroz...
Está muy bien esta reseña, pero -por favor- cuéntenos también sus aventuras por la noche madrileña y esas calaveradas con sus amigos.

Atentamente,

Isolda

noviembre 28, 2005 2:05 a. m.  
Blogger Basho said...

La congestión feroz no tardó en atacarnos. Y como siempre, lo hizo de manera alevosa, actuando en mala lid. ¡Tales son las costumbres de los malvados!

En cuanto a las aventuras de la noche madrileña, éstas no llegan a la altura de calaveradas. Baste decir, querida Isolda, que se vieron reducidas a pasar más tiempo del debido en "El bandido doblemente armado", conversando de todo y nada (y gastando el dinero que a estas alturas de mes ya no tenemos en libros; que eso de tener una librería abierta a esas horas "tiene su aquel").

noviembre 28, 2005 1:07 p. m.  

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