martes, febrero 20, 2007

Luis García Montero (algunos poemas y una decepción)

Hoy, en mi actual instituto, tendría que haber tenido lugar una conferencia de Luis García Montero, pero no ha podido ser por no sé qué problema de compromisos inaplazables del escritor, quien, para paliar nuestra decepción, ha sido tan amable de comprometerse a hacernos un hueco en una fecha conveniente del mes que viene.

Yo me había armado de mi cámara y algo de valor para plantearle ciertas cuestiones que me interesan de su poesía y tenía listo mi ejemplar de su Poesía (1980-2005) [
Tusquets Editores, Colección Nuevos textos sagrados, Barcelona 2006]. Pensaba ofrecer una breve biografía suya (decir que nació en Granada, donde reside y en cuya Universidad da clases de Literatura Española, en 1958. Que ha recibido los premios de poesía más importantes de este país: el Adonais, el Loewe, el Nacional de Literatura y que ha sido candidato al Cervantes). Iba además a colgar alguna de las fotos que le hiciera hoy y a copiar la "poética" que compuso él mismo para El último tercio del siglo (1968-1998), la famosa antología consultada de la poesía española editada por Visor. Quería además terminar la entrada reproduciendo alguno de sus poemas. Tal y como están las cosas, lo dejaremos en este breve comentario, este enlace a su web oficial y alguno de los poemas. El mes que viene, cuando nos visite en el centro, cumpliremos con el plan completo.

HOMENAJE
Algunas pocas cosas te rodean ahora.
Tal vez te creas inmortal
esta noche de mundo,
cuando tu cuerpo no se decide aún
a creer en la historia,
y me miras triste
-cinco años ya vigilándome muda-,
desde la seriedad y la fotografía.
(Aquella noche eras
la sombra hermosa de la vida.
Recordarás el gesto indeciso de tu boca
cuando te sorprendieron, la tímida sonrisa
que he amado tantas noches
y que ahora me espanta.
No sé si fue el alcohol lo que te hizo bella,
si suponía el tiempo la herida que tus labios
le hicieron al champagne,
cuando sólo pedías la pasión de una tregua.
Precisamente entonces
te traicionó el futuro, y ya no fue fugaz
lo que ahora me insiste y me interroga,
como si tú supieras
que yo iba a estar insomne muchos años después
careciendo ante ti de todos los recursos.)
Te recuerdan algunos
protegiendo tus piernas al impudor del viento;
pero yo deseo tus labios de papel,
el rubio corazón que cuelga en las paredes
y que nunca entendió
muy bien lo del suicidio.
Aquí
no es diaria ni justa la existencia.
Bésame y resucita
si es posible.


------oOo------

Cuando te quedas muda
y decides regalarme París,
comprar la torre Eiffel para tender mi ropa
si acaso me desnudas y no llueve.
Cuando insistes
en bordar las Meninas de Picasso
sobre todas las sábanas de Washington,
o viajar hasta Roma como quien busca un circo,
como quien pisa tierra después de muchos años
y a conciencia es feliz y es borracho.
Cuando me hablas de amor
o gritas que no importan la luz ni los relojes,
que es de noche y no piensas levantarte;
entonces
yo digo que estás loca y me respondes
recitando a Petrarca de memoria.


(De Tristia, 1982)


PARA PONERNOS NOMBRE
(1941)
[Qué difícil va siendo amanecer unidos.
ÁLVARO SALVADOR]
Sólo más tarde se darían cuenta
de que los dos buscaban una historia
no demasiado cerca del amor,
tal vez alguna excusa
para mirar los árboles de enero
temblando sobre el parque,
atravesar las calles
de una ciudad tomada por los himnos
y la ropa de invierno o verse acompañados
-ilusionadamente-
sobre el cristal celeste de los escaparates.
Fue quizá que los tiempos
sólo hacían posible
para un viejo soldado de todas las derrotas
matar la soledad entre los brazos
de una joven cantante de revista.
Y eran tiempos difíciles.
Mientras recuperaban
su olor a gato sucio los tejados,
ellos
cruzaban la ciudad vestida de uniforme,
soportaban el paso marcial de la soberbia,
recorrían las calles por entre las calesas,
pacientes y humillados,
buscando una pensión.
Sólo la lluvia deja
una pasión equívoca
en el banco vacío de los enamorados,
sólo la lluvia olvida
mentiras de charol sobre las calles
y un amor diminuto en cada esquina
para el labio que aprende su canción.
Acaso
era también pasar al contraataque
fingir felicidad,
estar ficticiamente enamorados
en medio del invierno,
decir que nada importa porque seguimos vivos,
porque aquí están tus ojos a pesar de los humos,
hechos para el amor, curtidos por la historia,
llenos de gozo siempre a toda costa.
Sólo un poco más tarde,
cuando la brisa ciega del sesenta
les hizo descubrir que envejecían,
supieron que era hermoso amanecer unidos,
abrazarse debajo de todas sus banderas,
vivir la intimidad que la derrota impuso
no demasiado cerca del amor,
porque la vida
tan fiel como una hermosa melodía
acabó siempre por darles su razón.


(De El jardín extranjero, 1983)

LIBRO I
IV
Si yo te comentase que la vida es mentira,
háblame del amor o de tu cuerpo,
de la noche contigo.

Y recuérdame luego
los días que son días porque alguien me ama
o acaso
porque tú me prefieres.


V
Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi,
cruzo la desmedida realidad
de febrero por verte,
el mundo transitorio que me ofrece
un asiento de atrás,
su refugiada bóveda de sueños,
luces intermitentes como conversaciones,
letreros encendidos en la brisa,
que no son el destino,
pero que están escritos encima de nosotros.

Ya sé que tus palabras no tendrán
ese tono lujoso, que los aires
inquietos de tu pelo
guardarán la nostalgia artificial
del sótano sin luz donde me esperas,
y que, por fin, mañana
al despertarte,
entre olvidos a medias y detalles
sacados de contexto,
tendrás piedad o miedo de ti misma,
vergüenza o dignidad, incertidumbre
y acaso el lujurioso malestar,
el golpe que nos dejan
las historias contadas una noche de insomnio.

Pero también sabemos que sería
peor y más costoso
llevárselas a casa, no esconder su cadáver
en el humo de un bar.

Yo vengo sin idiomas desde mi soledad,
y sin idiomas voy hacia la tuya.
No hay nada que decir,
pero supongo
que hablaremos desnudos sobre esto,
algo después, quitándole importancia
avivando los ritmos del pasado,
las cosas que están lejos
y que ya no nos duelen.


XX
Se descalzan los días
para pasar de largo sin que nos demos cuenta.
Son casi despedidas, casi encuentros
-felices pero incómodos-
de cuerpos que se miran
y que aplazan la cita.
Aunque detrás,
suelen quedarnos huellas que no son los recuerdos.

De aquel jardín inculto yo conservo
el hombre que venía a desearte,
a caminar sin ti,
silvestre y solo.
Porque de ti le hablaban las adelfas,
con sus ramas difíciles como muchachas jóvenes,
y las palmeras altas igual que tu desnudo,
y aquel cielo corrido
que buscaba
la luz con que el amor te distingue los ojos.

No envejecemos nunca. Tal vez no envejecemos.

Y ahora puedo decírtelo,
cuando tú me recuerdas las adelfas,
y tu desnudo en arco dibuja una palmera,
y los ojos se nublan
sobre el jardín silvestre de los enamorados.

Tal vez no envejecemos. O es acaso que el tiempo
se quitó los tacones para no molestarnos.
O es acaso el deseo
que camina en los labios todavía descalzo.

LIBRO II
VIII
Parece que soy yo quien hasta mí se acerca,
quien erguido camina rodeando mis piernas,
apoyando la piel sobre mi pecho,
cuando se acercan ellos, los recuerdos,
esos gatos sonámbulos del tiempo
que vigilan reunidos,
como palabras dichas,
caídas en el blanco
mantel de aquellas fiestas.

¿Dónde está la memoria,
detrás de qué latido se levanta
para enseñar su rostro,
el tesoro que lleva en sus ojeras
de canciones perdidas, de promesas
que nos tiran de pronto hacia otra parte?

Mi historia no es un libro, como dices,
es la esquina doblada de una página,
porque pensar también lo que no he sido
me define de un modo más exacto
por elecciones
o presentimientos,
porque hay versos que nunca se llegan a escribir
y la fidelidad que tengo a la poesía
es demasiado débil,
ni siquiera respeta su nostalgia.

Perdóname. ¿Recuerdas
el juego de crecer en soledad,
una voz que te llama por tu nombre?
La vida no traiciona, sólo existe
de un modo diferente al esperado
y es justo que se cuide, pues la cito
cuando tengo interés en malgastarla.


XXIII
Si alguna vez no hubieses existido,
si el calor de tus muslos no me hubiese
buscado como un látigo preciso
y mis ambigüedades electivas
-los días más oscuros de mí mismo-
no te hubiesen tenido como saldo
de afirmación o excusa,
es posible
que este volver a casa en soledad
y demasiado pronto,
me recordase ahora un poco menos
al joven que apostaba por el mundo,
con el mundo a su espalda.

Sólo el amor es duro.
Metidos en la noche, regresando
entre la potestad y la mentira,
hablamos del poder o de los sueños
al hablar del abrazo.
Y no lo sé tal vez, no sé si me recuerdo
prisionero de un cuerpo o libre junto a él,
buscando salvación o en servidumbre,
miserable y maldito, pero atónito.

Quizás sólo se trata de que no estás aquí,
de que perder es duro para todos
y el amor me hace falta, como sabes.
Quizás contigo estuve
tan demasiado cerca de su reino,
que necesito ahora desmentirme,
utilizar los trucos que uno tiene
para poder seguir.

Porque somos así seguramente,
huellas equivocadas,
solitarias hogueras de un camino,
paraísos de cuatro habitaciones
que sólo se comprenden
después de haber firmado muchas veces,
precisamente ahí,
donde pone El viajero.

Y a mí, ya que prefiero escoger mis derrotas,
quiero que me recuerdes derrotado,
como quien algo espera
más allá de los tiempos y los hechos.
Quizás porque haga falta haberlo presagiado
o porque, en todo caso, nadie sabe
dónde acaban los sueños.


(De Diario cómplice, 1987)


¡Salud!

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