viernes, diciembre 01, 2006

La lucha contra el mal gusto

Nunca, en verdad, estuvo más justificada que en el siglo XVIII la preocupación por el idioma. En los dos primeros tercios del setecientos se prolongaban, envilecidos, los gustos barrocos de la extrema decadencia. Rara vez están compensados por cualidades de algún valor, como en Torres Villaroel. Una caterva de escritorzuelos bárbaros y predicadores ignaros emplebeyecía la herencia de nuestros grandes autores del siglo XVII. El abuso de metáforas e ingeniosidades llegaba al grado de chabacanería que revelan obras como el Sol refulgente, Marte invencible, Mercurio veloz, San Pablo Apóstol, sermón de Fray Félix Valles (1713), la Trompeta evangélica, alfange apostólico y martillo de pecadores, de Juan Blázquez del Barco (1724), o el Caxón de sastre literato o percha de maulero erudito, con muchos retales buenos, mejores y medianos, útiles, graciosos y honestos, para evitar las funestas consecuencias del ocio, de Francisco Mariano Nipho (1760); el estilo correspondía a la grotesca hinchazón de los títulos. Tales aberraciones despertaban la protesta de quienes conservaban sin estragar el gusto o reaccionaban en virtud de nuevos móviles ideológicos. El padre Isla, con su Fray Gerundio (1757), asestó un golpe decisivo al degenerado barroquismo que dominaba en el púlpito. Mayans, Cadalso, Forner y Moratín, entre otros, combatieron también el amaneramiento avulgarado. Su último reducto fue el teatro, donde hasta principios del siglo XIX se representaron las disparatadas obras de Comella.


Rafael Lapesa: Historia de la lengua española (Biblioteca Románica Hispánica, Manuales 45. Editorial Gredos. Madrid. 1997). Capítulo XIV, § 103.


¡Salud!

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