miércoles, diciembre 14, 2005

Tecnología moderna

Pertenezco a la generación del Tente, el Mecano, el Quimicefa, los Juegos reunidos Geyper y los Madelman. Los juguetes más sofisticados que tuvimos fueron del estilo de Hundir la flota por ordenador (!). En realidad, este juguete consistía en una sencillísima memoria electrónica que permitía fijar las posiciones en el clásico juego de los barcos. Cuando un jugador marcaba su tirada, el juego reproducía el sonido de la caída de un proyectil que o bien golpeaba agua, o bien explotaba si acertaba en un blanco. Hasta que pasamos de los diez años no conocimos los juegos electrónicos (el Pac-Man, o aquel primitivo juego de tenis que jugaban dos rectángulos blancos que se desplazaban arriba y abajo en los extremos de la pantalla para hacer rebotar un cuadradito que simulaba la pelota). Por no haber, no había ni máquinas recreativas en los bares si exceptuamos algún que otro futbolín o máquina “del millón”. Así estábamos cuando aparecieron los Spectrum y los Amstrad y los videojuegos de Atari. Estos juguetes, que para muchos pasaban por “ordenadores” revolucionaron completamente los patios de los colegios, creando clases especiales y separadas: los que tenían y los que no tenían. A mí, como a todos, estos nuevos juguetes tecnológicos me fascinaban y además descubrí que se me daba bien hacerlos funcionar, que entendía bien las instrucciones que causaban problemas a los mayores que nos los habían comprado. Esta facilidad continuó existiendo luego cuando las televisiones incorporaron tecnología digital en la sintonización de canales y cuando aparecieron el vídeo y las cadenas musicales.

Todos esos tímidos avances tecnológicos iban apareciendo a un ritmo lentísimo y sólo los más dados a estar a la última se lanzaban a adquirirlos mientras eran aún novedades. En mi casa, el vídeo, el reproductor de cedés o el de dvds tardaron años en llegar y así nos costaron cuatro o cinco veces menos que a los primeros que los tuvieron. El siguiente paso fueron los ordenadores, los equipos de cine en casa, internet, las cámaras digitales y los teléfonos móviles. Ahora mismo parece que la historia discurre por la época de los imperios mp3, Pdas, Gps y sabe dios qué más.


Ahora, aquellos de nosotros, que nunca pudieron separarse del teléfono fijo de casa más de metro y medio mientras lo usaban y que no llegaron a saber cómo encender el aparato electrónico más sencillo se encuentran asfixiados por toneladas de novedades cuya utilidad parece imposible discutir. Los demás parecemos alegremente rendidos al alud tecnológico. ¿Alguien recuerda cómo era vivir sin todos esos gadgets y gimmicks? Si se piensa fríamente, ¿es realmente imprescindible que todos los miembros de una familia dispongan de teléfono móvil y cada uno de sus recibos individuales no descienda jamás de los 50 euros al mes?

Se nos habla mucho del consumo energético responsable, del consumismo, pero nadie hace que nos planteemos la utilidad real de la tecnología que hemos ido adquiriendo y que usamos sólo a medias. ¿Cuántos aprovechan más del 30% del potencial de sus equipos informáticos o de sus teléfonos móviles que ya son “de tercera generación”? ¿Qué hago yo con un ordenador portátil, mi cuarto teléfono móvil en menos de seis años, una cámara digital, un Ipod, una Pda de mi empresa, un lápiz de memoria portátil, un disco duro externo de 30 gigabytes, un reproductor de dvds, un discman, un….? Además, hemos perdido la frescura con la que aprendimos a manejar los primeros balbuceos tecnológicos de la industria juguetera. Ahora padecemos angustia e indiferencia cuando nos enfrentamos a un problema de funcionamiento de nuestros aparatos, y eso cuando no estamos completamente hartos de ellos (¿cuántos de los que trabajan todo el día delante de un ordenador están deseando sentarse ante el que tienen en casa al acabar su jornada?). Quizás haya llegado el momento de replantearnos toda esta modernidad y todo este progreso.

¡Salud!

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